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LOS REYES DEL MANDO

JOSÉ MIGUEL GIRÁLDEZ
Desescalada: esa palabra
28.04.2020
YA aprendimos con Lewis Carroll que, en esto del lenguaje, lo más importante es saber quién es el que manda. En teoría, en el lenguaje mandamos nosotros. Pero con la gran potencia mediática del presente las palabras van asaltando los diccionarios y se van imponiendo también en las conversaciones. La epidemia, desde luego, está generando su vocabulario, empezando por el virus mismo, de sonoro nombre, y ha vuelto a traer el inevitable perfume de lo anglo. Ahí tienen ese verbo, ‘desescalar’, que desde muy temprano escuchamos por todas partes. Todos estamos ya desescalando, aunque sea mentalmente, de puro gozo, y el gobierno se ha puesto manos a la obra con la desescalada, y en este plan. No es un vocablo muy bonito, dudo que se haya utilizado mucho antes, la verdad, pero ha hecho fortuna y no caben dudas sobre su gran capacidad de contagio. betasus
La epidemia nos ha llenado de vocablos inevitables, y, siguiendo la estela de la calle (metafóricamente: más bien es la estela de los balcones), o de las ruedas de prensa de los ministros, escuché ayer, creo que fue en los telediarios, que la Real Academia de la Lengua va a admitir palabras como coronavirus o, precisamente, desescalada. No tanto por su origen inglés (a partir de ‘escalate’) como por ser la versión opuesta al más aceptado término ‘escalada’. Decimos “la escalada del Kilimanjaro”, y también decimos “la escalada del conflicto”. Pero decimos mucho menos, o no decíamos hasta ahora, “la desescalada del conflicto”.
Ha tenido que ser el covid (bueno, la covid, según la nueva instrucción) quien haya puesto de moda ‘desescalar’, con el significado de bajar peldaños, o deslizarse hacia abajo por la curva, esa famosa curva que Fernando Simón convirtió en todo un símbolo, en un objetivo nacional. Primero hubo que amortiguar la curva, o quebrarla, o allanarla (si lo entendemos como la montaña cuya pendiente que se escala) y luego, desde lo alto, ha empezado la desescalada hacia el campamento base. Esta idea sugiere, precisamente, que no se puede bajar directamente hacia ese campamento, ya sea por la presión, o por la dificultad del terreno, o por la distancia, sino que hay que hacerlo gradualmente, escalonadamente, perdiendo altura poco a poco: y eso es, o ha pasado a ser, ya con la próxima bendición de la RAE, la desescalada.
Fue el gran tema de ayer, naturalmente. Más allá de la herencia léxica que nos deje la pandemia, el gran deseo es que la escalada del contagio termine y su desescalada no se vea truncada, para volvernos a obligar a escalar otra vez. Ha sido tanta la intensidad de estos días, y tanta la necesidad de nombrar lo que nos estaba pasando, que los nuevos vocablos han conquistado un lugar en el diccionario. La intensidad mediática también ha contribuido: estas palabras, coronavirus o desescalada, han aparecido tan machaconamente en nuestras pantallas que no podrán ser consideradas coyunturales. Algún día tendremos que limpiarnos de esta tormenta léxica, de esta granizada verbal interminable que nos ha traído el virus, de esta sobredosis de palabras. Pero la desescalada estará ahí. No sabremos si perderá fuelle, o brillo (hay palabras que entran en los diccionarios cuando ya apenas se dicen). La intensidad de estos días hará, quizás, que perdure.
